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Mi vieja amiga

¿Las noches se habían convertido en sus más grandes aliadas o en sus peores enemigas? En medio de sus fallidos intentos de prosa y lira aún no lo sabía. Los fantasmas y monstruos de su pasado habían desaparecido junto a su vieja Caja de Pandora de una vez por todas. Había barrido y limpiado todo por dentro y por fuera, se había trazado nuevas metas y nuevos propósitos, había tirado por la ventana los recuerdos que ya no valía la pena atesorar y había archivado en nuevas carpetas los importantes y positivos. Había pintado con sonrisas las paredes y con amor los techos, había hecho y deshecho todo lo necesario para vivir bien... A excepción de algo, o alguien mejor dicho. 

Esa alguien seguía inmutable, sentada de pierna cruzada en su sofá café esperando pacientemente; como quien espera un café en la Sexta; por el momento perfecto para decir "Hola" y traer todo hacía abajo. En balde eran los múltiples esfuerzos para sacarla de la casa o moverla de lugar, ella parecía no entender palabra alguna. Mientras más tiempo siguiera en silencio y más se aplazara su salida del recinto peor sería el resultado, y eso el pasado se había encargado de enseñárselo muy bien. Se conocían de pies a cabeza, de alma y cuerpo, pero al mismo tiempo eran completas extrañas que coincidieron una noche hacía muchos otoños atrás y que desde entonces volvían a coincidir en noches aleatorias. No importaba la lucha que hiciera, los métodos que utilizara, llamará a quien llamará no podía librarse de ella. 

Empezó a cuestionarse que había hecho mal esta vez, que paso en falso había dado que hizo llamar la atención de la dama que hacía tantas lunas no veía. Su visita fue repentina, por donde había entrado era aún un misterio, simplemente de un momento a otro ahí estaba. Sentada con toda comodidad en su sala, observando cada movimiento con esos ojos café y leve toque negro de profundidad que la caracterizaban, vestido negro formal como quien se prepara para la presentación de su vida, y su sonrisa; sádica y satírica a más no poder; como niño que espera ver destruido su torre de Legos por un movimiento a propósito. Había limpiado todo y no había más que hacer. Sentarse a esperar la catástrofe en su sala era lo más ilógico que podía hacer, así que corrió escaleras arriba intentando refugiarse en su cama y en sus sueños; planeo todo lo que haría el día siguiente una y otra vez, pensó en el millón y medio de combinaciones de outfits que podría utilizar para el trabajo y la universidad, trazó sus caminos de ida una y otra vez, contó ovejas hasta perder la paciencia y aún así Morfeo parecía haberse olvidado de visitarla esa noche. Cruzaba todos los dedos para que a su, nada grata compañía, le diera por aburrirse y largarse sin causar daño; pero bien sabía que eso no sucedería, nunca había sucedido y no iba a suceder en esta fría noche.

Once cuarenta y dos marcaba el reloj despertador y notó que lágrimas corrían, corrían y corrían pero ahora ya no lo hacían por sus mejías, en esta ocasión lo hacían por esos viejos agujeros que tenía el alma; y es que llega cierto punto en el que uno ya no llora por los ojos, llora por el alma y ese dolor mezclado con miedo e incertidumbre es aún mas devastador. No sabía hacía cuanto estaba llorando, no sabía si lloró inclusive antes de marcharse de la sala frente a la Dama de negro, solo sabía que no era esto lo que había planeado, no era esto lo que deseaba, no era esto lo que esperaba. Leves pasos se oyeron por las gradas, el picaporte de su puerta giro sin ningún problema y se abrazó entre colchas para esperar lo peor. Sintió como su cama cedía por el peso extra a su lado y notó como la habitación se volvió más fría, era ya demasiado tarde para alcanzar sus pastillas o el arma en la gaveta de la cómoda, lo que estuviera más a la mano. Sintió esos delgados brazos arropando todo su cuerpo en un instante y antes de que ella pudiera decir algo, la dama de negro susurró en su oído: - Sabes que de nada te sirve esconderte mi amor. Entre más te escondes, más fácil se me hace alcanzarte. - una risita infantil cruzó por su pálido rostro.

Era inútil no responder, ella sabía exactamente que estaba pensando, así que la mejor decisión de la noche era descubrir de una vez por todas a que se debía tan inoportuna visita. Así que, tomando un suspiro, abrazando hasta con las uñas su almohada y ahogada entre lágrimas; tanto del alma como de sus ojos; se entregó a los brazos de la Dama de Negro, pero no sin antes responder - Soledad, soledad, mi vieja amiga.

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